Un millar de dientes
negros (Introducción)
Llevábamos más de
una hora esperando a que bajara la marea, aún había bastante agua sobre la
orilla de las cuevas. Muy de vez en cuando corría una fresca brisa desde el
mar, pero el resto del tiempo el sol parecía inagotable. Todavía nos duraba ese
sabor amargo en el paladar, aunque por momentos nos olvidábamos de ello y nos
dejábamos llevar como niños. Fedra buscaba dientes de tiburón entre los
caracolillos que clasificaba y reagrupaba según sus formas y colores, yo estaba
seguro que en esta ocasión terminaría encontrando alguno. El agua resultaba una
tentación irresistible aquella tarde, seguramente no superara los quince grados
de temperatura, pero afuera sin un gramo de sombra la Piedra Guacha
asemejaba un hervidero. El golfo estaba planchado; el agua me llegaba a la
cintura y podía ver el fondo, daban ganas de bebérsela toda. El sol
resplandecía sobre la superficie y por momentos te cegaba. Estaba lleno de
pequeñas medusas inofensivas que flotaban sumergidas en el agua cristalina y
destellaban unos colores verdosos y violáceos maravillosos.
Muy bueno Francisco, quisiera leer como sigue, animate y publicalo suerte. letty
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